Fue una noche tranquila si se la compara con las
aglomeraciones vividas durante los meses de verano. Cimadevilla volvió
ayer a sufrir el botellón, un fenómeno que los vecinos vienen
denunciando desde hace años, aunque de forma muy reducida. Bastaba
asomarse a la plaza de Arturo Arias para comprobarlo. Allí, varios
grupos de jóvenes se servían en vasos de plástico licores de lo más
variopinto. No faltaron tampoco la cerveza, en litronas, latas y
botellines, ni el calimocho.
Pocos sabían que justo a medianoche, lo que habían
considerado como algo normal durante estos últimos años, pasaría a
convertirse en una práctica ilegal. «Entonces, ¿van a venir a por
nosotros ya?», se preguntó un joven, que no dudó, vaso en mano, en
criticar el texto. «Está hecho para beneficiar a los hosteleros. Resulta
que en la terraza uno puede gritar y beber lo que quiera; nosotros,
no», lamentó.
Eso sí, en su reflexión también aceptó «las consecuencias»
higiénicas de beber alcohol en la vía pública. «No hay baños y la gente
termina haciendo sus cosas en los contenedores, en los portales, contra
las paredes. Yo tampoco lo querría debajo de mi casa, imagino que los
olores serán insoportables», indicó.
De todas formas, el último botellón consentido, vivido en
la madrugada del viernes al sábado, destacó, sobre todo, por su
tranquilidad. Una calma en la que también pudieron influir la
celebración de las fiestas de Cabueñes y la cercanía de los exámenes de
Selectividad y de la convocatoria extraordinaria de junio, en la
universidad.
Eso sí, entre los jóvenes que sí salieron y apostaron por
hacer botellón, la entrada en vigor de la ordenanza de convivencia
cívica y las consecuentes sanciones no asustaron demasiado.
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